22º.- AMBRYM, LA ISLA MAGICA
(21/09/11)
Después de la travesía de veintiséis millas desde la isla de Malákula hasta la alta isla de Ambrym, echamos el hierro frente a la localidad de Ranon, en siete metros de agua y sobre una arena absolutamente negra donde extendimos sesenta metros de cadena (16º08,35'S/168º07,05'E)
La tarde declinaba y decidimos quedarnos en el barco e ir a tierra al día siguiente. Al situarnos al lado de sotavento de la isla las aguas estaban completamente en calma, pero de vez en cuando se desprendían de las cumbres fuertes ráfagas de viento que llegaban a los treinta nudos.
Se hizo de noche y un fuerte resplandor de color amarillo-rojizo se podía observar hacia el interior de la isla reflejado en la nubosidad. Al principio creímos que era la iluminación de la Luna, pero al poco tiempo nos dimos cuenta que su acimut no correspondía... ¡era la incandescencia de los dos cráteres del volcán que se sitúan sobre los 1200 metros de altitud y a escasos nueve kilómetros de distancia! Afortunadamente el viento continuaría siendo del SE durante varios días y ello alejó la posibilidad de que los gases polucionasen seriamente esta cara de la isla.
El contorno costero es muy agreste, de color negro, rocas retorcidas, amasadas por las fuerzas tectónicas, con numerosas cavidades y la arena es mas bien escoria volcánica. Todo ello contrasta de forma radical con un impresionante manto verde que invade la isla con una vegetación extraordinariamente frondosa.
Y diseminadas entre la foresta, se sitúan las cabañas tradicionales de los habitantes que componen este poblado. Una vez en tierra, es imposible cruzarse con algún nativo y no pararse para charlar (afortunadamente muchos de ellos hablan bastante bien el inglés) y contestar a sus preguntas respecto a nuestros nombres y procedencia, comentando a su vez las características concretas de su vida y ocupaciones.
Visitamos la escuela, instalaciones muy pulcras y organizadas, donde noventa niños de toda la isla, divididos según las edades, nos recibieron efusivamente e incluso el aula de los mas pequeños nos cantó a coro una de sus tradicionales melodías.
También intercambiamos algunas cosas que llevamos a bordo (camisetas, nailon y anzuelos, alguna conserva de carne, jabón, arroz, cajas de cerillas, golosinas, cremas...) por fruta y verduras (cocos, papayas, tomates, bananas, un vegetal parecido a las acelgas y una especie de patatas dulces...) Fuimos invitados a tomar el kava y a la luz de una hoguera nos contaron historias sobre sus costumbres y ceremonias, entre las que hay varios ritos de magia (buena y mala...) En otro momento fuimos testigos de la fabricación, talla (desde que cortan la madera hasta que le dan la forma definitiva) de figuras tradicionales de su mitología... hombres de dos cabezas... mujeres tam-tam... hachas de guerra...
Una vez a bordo del Tin Tin, podíamos ver, muy cerca del barco, a varios pacíficos y fascinantes dugons que salían a respirar plácidamente después de largos periodos de pasto de algas por las proximidades de nuestro fondeo. Ellos se alternaban con grandes tortugas que realizaban las mismas maniobras. Y al oscurecer, el resplandor del volcán nos sumía en un ambiente inquietante, estimulante, magnificente, empequeñecidos al estar unidos por un cordón umbilical de acero de diez milímetros a la isla mágica, soportando estoicamente fuertes rachas de viento provenientes de las empinadas laderas de la montaña de fuego...
LA ISLA DE MAEWO
(28/09/11)
Al amanecer, dejamos por la popa la isla de Ambrym y arrumbamos al Norte, a la isla de Maewo. Navegamos con buen viento del SSE por la aleta de estribor y rápidamente la isla mágica se fue quedando atrás. Durante la travesía recorrimos toda la cara oeste de la isla de Pentecostés y renunciamos a recalar en ella como consecuencia de una importante mar de fondo y la ausencia de fondeos confortables. Durante todo el trayecto arrastramos dos aparejos de pesca, y hacia la medianía de la travesía, tuvimos una brutal picada. El carrete empezó a desbobinar locamente y a medida que íbamos actuando sobre el freno, nos dimos cuenta de que el pez que habíamos tentado era demasiado grande como para poder capturarlo. Afortunadamente el aparejo rompió por el quitavueltas y al menos pudimos recuperar los muchos metros de hilo de dacrón de cuarenta libras que nos había sacado. Cuando cruzábamos el pase existente entre la isla de Pentecostés y la de Maewo, tuvimos otra picada y como consecuencia de ésta capturamos un dorado (mahi-mahi) de unos ocho kilos que nos proveería de diez raciones de exquisita comida.
Y tras cuarenta y ocho millas recalamos en la pequeña y protegida ensenada de Asanvari fondeando en 15º22,55'S/168º07,95'E con dieciocho metros de agua, donde desplegamos setenta metros de cadena sobre una superficie de arena negra salpicada por alguna cabeza de coral.
Las aguas dentro de la ensenada estaban completamente en calma y la visibilidad era tal que vimos perfectamente nuestra ancla depositarse en el fondo con dieciocho metros de calado (tanto el ancla como los primeros cinco metros de cadena, lo tenemos pintado de blanco con epoxi con el fin de poder visualizarlo fácilmente) A nuestro alrededor un auténtico espectáculo, a escasos cien metros de nuestra posición, vierte directamente a la mar una cascada de una altura aproximada de treinta metros, con un caudal muy importante.
Mas a estribor se abre una playa en forma de abanico y cerca de ésta se sitúan media docena de cabañas locales. Cerrando la ensenada hay un alto promontorio y a sus pies se abre un extenso arrecife de coral. La costa cae con mucha verticalidad y por las alturas domina una niebla densa y perenne.
Todo ello aderezado con una frondosa vegetación tropical que se descuelga hasta la misma orilla. Y por si todo esto fuera poco, una nutrida familia de pequeños delfines patrullean a nuestro alrededor y de vez en cuando alguno de ellos salta fuera del agua mientras que otros agitan sus colas estruendosamente... De momento vamos a asimilar el espectáculo, mañana nos iremos a tierra...
UN DÍA CUALQUIERA EN ASANVARI (ISLA DE MAEWO)
(5/10/11)
Os vamos a relatar brevemente un día normal de nuestra vida en la bahía de Asanvari, en la isla de Maewo (15º22,55'S / 168º07,95'E) en un auténtico paraíso de Vanuatu. Por la mañana, sobre las 07.00 horas, después de desayunar (normalmente un zumo mixto de papaya, plátano y pomelo) nos vamos a tierra y damos un largo paseo por el poblado en dirección a la costa de barlovento.
Allí contemplamos como la mar rompe con fuerza sobre el arrecife y en alguna ocasión observamos como algún local pesca desde la orilla ¡con lanza!. El poblado es un conjunto de cabañas inmerso en un auténtico jardín.
Ya lo hemos comentado en otras ocasiones, pero no deja de sorprendernos la adaptación al medio, el orden, limpieza y la estética de la mayoría de los poblados indígenas de Vanuatu. Los niños asisten a la escuela desde una edad temprana y los mayores se dedican a sus labores cotidianas, el hogar, la agricultura y la pesca.
Hay algo de ganadería, numerosos cerdos, gallinas, algún que otro caballo y ganado vacuno, pero no parece que éstos necesiten muchas atenciones o cuidados, ya que la inmensa mayoría pastan o circulan libremente. De retorno al Tin Tin damos comienzo a la actividad acuática. Enfundados en nuestros neoprenos de tres milímetros, nos dirigimos en la auxiliar hacia el extremo sur de la ensenada donde se nos brinda la oportunidad de bucear y contemplar sus fondos marinos, pobres si los comparamos con las barreras coralinas de la Polinesia, pero con una transparencia de vértigo que supera ampliamente los veinticinco metros.
Siempre nos acompaña un fusil de pesca submarina por si aparece algún pulpo, langosta, jibia, calamares o la sorpresiva irrupción de un pelágico (bonitos, atunes, dorados...) Desgraciadamente el resto de las especies (pargos, meros...) las debemos contemplar sin ánimo depredador ya que pudieran estar afectados por la cigüatera.
Una vez retornamos a la bahía, nos dirigimos directamente a la cascada. Ésta se desploma desde una altura considerable y goza de un nutrido caudal el cual crea una profunda poza en las cercanías de la orilla de la mar. Dejamos el dinghy a escasos veinte metros del torrente, y en él endulzamos todo el equipo dándonos a continuación un estupendo baño en las frías aguas de este flujo de agua dulce emergido de las entrañas de la tierra.
Después de comer, sobre las 13.00 horas (nuestra dieta se basa principalmente en los productos de la mar que seamos capaces de capturar, pasta y arroz) llega el momento de la lectura, sentados en la bañera ante un espectacular paisaje que a veces hace difícil concentrarse en la prosa escrita, en las aventuras de otros... Al atardecer varios locales pescan sobre paraos (canoas típicas del lugar con un patín lateral que les da estabilidad) peces pequeños y cuya apariencia es poco apetecible.
Cuando por fin se hace de noche, sobre las 18.00 horas, Antares brilla magnificente y nos señala la constelación de Escorpio muy cercana a nuestro cenit. Mas allá, está la Cruz del Sur que por si misma nos recuerda, cada noche estrellada, el lugar del Mundo donde nos encontramos. Mañana salimos para la cercana isla de Ambae.
LA ISLA DE AMBAE, LOS ZORROS VOLADORES Y LA GENEROSIDAD
(8/10/11)
Desde la ensenada de Asanvari en la isla de Maewo, realizamos una corta travesía de doce millas hasta la isla de Ambae. En su extremo NE se encuentra una ensenada con una localidad llamada Loloway Bay con un protegido fondeo, pero éste está franqueado por un arrecife en cuyo paso intermedio tan sólo hay una sonda de dos metros. El Tin Tin cala 2,20 metros y ello nos aconsejó fondear en una bahía cercana, mas hacia el Oeste, llamada Vanihe Bay. Echamos el hierro en ocho metros, sobre arena negra volcánica y largamos setenta metros de cadena situándose el barco en 15º16,56'S / 167º58,41'E.
Entre las dos ensenadas hay un murallón rocoso imponente, con numerosas cuevas, que sale hacia el NE y da un amplio resguardo de los vientos predominantes a nuestro fondeo. En la costa se abre una extensa playa de arena negra y sobre ella cae una vegetación lujuriosa que invade, con la gama mas rica de verdes, todo el contorno de la ensenada.
Cuando arribamos y nos íbamos acercando al punto de fondeo, una inmensa colonia de enormes murciélagos (creemos que se trata de una especie frutícola llamada “zorros voladores”... tienen como un arete amarillento alrededor del cuello) despegó de los árboles que pueblan la cima del murallón y por unos minutos nos sobrevolaron. Fue impresionante ver como miles de ellos aleteaban perezosamente sus alas y planeaban sobre la ensenada con sus características siluetas. Tal parecía que estuviéramos presenciando una película de terror. A los pocos minutos se estableció la calma y con los prismáticos los pudimos observar colgando boca abajo de todas las ramas disponibles de la foresta y moviendo las alas para refrigerarse.
Al día siguiente fuimos al pueblo con el fin de conseguir algunos alimentos. De todo lo que pretendíamos, solamente pudimos comprar huevos y harina. Era lunes y al parecer solo los viernes hay un pequeño mercado. Un poco defraudados, dimos una vuelta por los alrededores del poblado, y con el fin de intentar conseguir algo de fruta y hortalizas, lo comentamos con un señor que encontramos por el camino. Éste se dirigía hasta la casa de su hermano, confirmándonos de nuevo que los viernes era el día del mercado y tras intercambiar pocas palabras más nos despedimos. Ese día, al oscurecer, escuchamos que alguien nos silbaba desde la playa (a la cual hay que acceder por un tortuoso y vertical camino desde el poblado) Después de asegurarnos de que alguien estaba requiriendo nuestra presencia, tomamos el dinghy y nos dirigimos hacia allí. Cual fue nuestra sorpresa al ver que era ¡el señor con el que habíamos hablado y éste nos traía una piña de plátanos y una bolsa con tomates y papayas! Quisimos agradecer el detalle dándole algunos presentes, pero no hubo forma, se negó en rotundo a recibir algo a cambio. Volvimos para el Tin Tin impactados por tal muestra de generosidad esforzada. A bordo y apesadumbrados, oteábamos la costa imaginándonos el camino de vuelta a su casa, con sus pies descalzos, entrado en años y en aquella oscuridad...¡gracias!
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